Comprenderéis que en este escenario de auténtica superación (superar, del latín super, o sea sobre, es decir ponerse por encima) y de erradicación mental de algo (de extirparla de raíz), en este escenario poco pinta esa señora llamada Fuerza de Voluntad, la pobre, toda la vida yendo a contracorriente de algo, toda la vida luchando contra el deseo. Qué horror. Cómo se puede vivir así desde que te levantas, a trancas y barrancas luchando contra una fuerza supuestamente irresistible. Comprendo que tiene su papel de ayuda, importante al principio de determinados procesos, pero completamente secundario a partir de haber visto algo de luz. Esto me parece que hay que tenerlo claro.
Los budistas lo tuvieron clarísimo ya hace 2500 años. Es una evidencia filosófica de primera que la felicidad o el bienestar o como queramos llamarlo puede estar en la eliminación del deseo, lo que a su vez nos lleva a otras tantas evidencias, plasmadas en reflexiones como la frase de Tolstoi: ‘lo importante no es hacer lo que se quiere sino querer lo que se hace’. Asumir. Aceptar. No oponerse. Dejarse llevar por las circunstancias adversas como se deja llevar un karateka por una llave que le hace el contrincante. Evitar todo aquello que produzca dolor, pues el dolor no es más que un síntoma enormemente delator de que algo, lo que sea, se está haciendo mal. Pero analizando siempre, es decir poniendo el pensamiento a nuestro servicio, como instrumento que es, y no al contrario, para esquivar esa fuerza de la adicción y llegar a la conclusión de que esa fuerza en realidad no existe; no es nada; es como humo; algo que la sociedad nos ha metido por los ojos a través de potentísimos instrumentos como la publicidad o la noción de ‘normalidad’, o sea con el hecho de que como supuestamente a todo el mundo le sienta bien, el que no quepa en ese esquema es un bicho raro. Es decir, una fuerza, la de la adicción, que es todo lo contrario a algo que forme parte de la naturaleza de uno, que esté en nosotros, que nos pertenezca. Esquivemos esa fuerza por debajo, tomándola como se toma una ola del mar, o démosle de lado como un torero con un pase de chicuelina, o demos un salto que nos permita ponernos por encima, es decir sobre ella, o sea ‘super’, o sea mandémosla a paseo por superación. Entonces, toda esa fuerza que antes nos venía de frente, produciéndonos ese deseo de beber llamado dipsomanía, a partir de esa superación nos pasará directamente por el Arco del Trinunfo. Todo menos pasarnos la vida luchando desde por la mañana contra algo que supuestamente llevamos dentro, qué horror, cómo se puede vivir así desde que te levantas, a ver si llegamos a la noche sin haber ‘pecado’. Fuera. Se me dirá que cómo se logra eso, y sólo se me ocurre contestar que donde se cuece todo, es decir en nuestra cocina vital, es decir en o con la mente. Ahí se ve el verdadero valor de la mente. La mente es un instrumento que, como tal, debemos de tenerlo a nuestro servicio y no al revés, pues como autónoma que es, tiende a tirar al monte como una cabra loca (santa Teresa la llamaba ‘la loca de la casa’), convirtiéndonos en sus esclavos. De ahí que la meditación como ejercicio de vida empiece por poner, nada más y nada menos, la mente en blanco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario