Sin embargo, hasta llegar a tomar conciencia de esta conclusión tan redonda, el camino no es otra cosa que una senda de destrucción. Se pierde todo. Se ha dicho hasta la saciedad, pero he llegado a la convicción de que nunca sobra repetirlo. Se pierde todo porque no hay quien aguante un cambio tan brusco de carácter, con el agravante de que, estando en cierto modo en nuestras manos el remediarlo, no nos da la gana de ponerle remedio. Se pierde todo porque no hay quien aguante ese cambio de carácter, que en el mejor de los casos se queda sólo en una persona extraña y en el peor ya se sabe.
Lo que ocurre es que, si Dios o la naturaleza, que es un poco lo mismo, le da a uno salud, y apoyos de afecto, y de tal modo aguanta ese tirón infernal, entonces sólo queda una cosa. O te estrellas contra el fondo del estanque en esa carrera loca, o ves la luz. Y en ese punto ya se puede decir que la responsabilidad de seguir viendo la luz es sólo tuya y nada más que tuya. Podrás o querrás encenderla o apagarla, pero desde luego sabes perfectamente dónde está el interruptor. Entonces eres libre porque se te caen los miedos, y un hombre sin miedos puede con lo que le echen.
Sé que mucha gente no tiene problema con el consumo del alcohol y que jamás lo tendrá, como mucha otra tampoco los tiene con el consumo del cannabis o el de barbitúricos. No va a ellos destinado ninguno de estos mensajes, salvo, quizás, el de la precaución.
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