Concepto del alcoholismo como enfermedad

Enfermedad (enfermo: del latín in firmus: no firme, débil, etc) es, por obvia definición, el estado contrario a salud, siendo salud el estado de bienestar físico, psíquico y social. De modo que si hay algo que encaja de lleno en esta definición de falta de salud, alcanzando a esos tres niveles juntos, es el alcoholismo. Ahora bien, esto me parece válido única y exclusivamente para cuando se está ‘en activo’, que es como en la jerga de la especialidad que nos ocupa se llama a la situación de estar un alcohólico bebiendo. Digamos que cuando uno se halla dependiente del alcohol en sus fases más ‘dramáticas’ o agudas, se está enfermo, pero enfermo literalmente y a morir, y con unas manifestaciones que pueden hacer de esa enfermedad algo verdaderamente atroz). Pero no cuando no se halla dependiendo de ella. De ninguna forma puedo decir que un alcohólico es un enfermo durante toda su vida. Esto me parece un solemne disparate, pues, cuando uno se sacude esa dependencia y neutraliza también las consecuencias que ésta haya tenido sobre su vida, puede ser comparable, salvo casos extremos de discapacidad física o mental, a cuando se cura uno de un cáncer o una gripe, es decir que puede uno pasar a estar igual de preparado para la vida general que antes de haber pasado por esa experiencia o serie de experiencias o incluso que cualquier otra persona que no haya pasado por ella. A veces hasta mejorado. Suele tenerse la percepción de que la enfermedad del alcoholismo consiste en el hecho de no poder beber alcohol o de no tolerarlo por la razón que sea, lo cual es sencillamente un disparate. Sería una enfermedad terrible el no poder tolerar el agua o cualquier otra sustancia necesaria para el organismo. Pero... ¿no poder tolerar una droga? No poder tolerar una droga será una bendición, o así al menos lo vivo yo, porque repito que sigo hablado de mi propia experiencia. A nadie se le ocurre pensar que alguien es un enfermo por no poder fumar porque el tabaco le sienta como un tiro. Podrá pensarse que ese alguien se pone enfermo cuando fuma, pero habremos de convenir en que se pone bueno cuando se sacude el mono de la nicotina y deja de fumar.

Distinto es el caso de la tendencia a la adicción general, que decididamente tiene otro tratamiento. Quiero dejar claro tantas veces como haga falta que sólo me estoy refiriendo al alcoholismo.

De modo que fuera complejos, sólo existentes en base a que estamos hablando de una sustancia sacralizada de antiguo en muchas culturas y sociedades por razones que tendrían que ver con lo económico y hasta con lo puramente antropológico. Como digo, nos han ‘vendido’ el alcohol como si nada por el simple hecho de haber estado ahí siempre, desde Noé, en nuestra cultura, que se sepa.

Tan incrustado está, que valga como ejemplo la anécdota acerca de lo que me ocurrió recientemente en cierta institución ‘del ramo’ (de la droga), de las muchas que he visitado, en una gran ciudad española mientras esperaba que me recibiese su director, a quien yo sólo conocía de conversaciones telefónicas acerca de mi libro Vino Torcido. Serían las doce de la mañana, me encontraba de pie en el recibidor de dicha oficina, habiendo a mi alrededor dos secretarias en sus correspondientes mesas y un chico de compañía de reparto (a la espera de que le firmasen un papel para marcharse), vestido ‘de paisano’, sin afeitar, y con aspecto de estar hecho polvo desde que a las siete de la mañana empezara su trabajo. Se abre una puerta al fondo de un pasillo y sale el director, con la mano extendida al frente para chocarla en posición de saludo, y ante mi asombro (que de inmediato torné en comprensión, pues de inmediato me hice cargo de la tesitura), pasó a mi lado sin mirarme después de haberme visto en pie durante largos segundos, pasó de largo, y, a la voz de ‘perdona, Joaquín, que te haya hecho esperar’, fue derecho a saludar al chico del reparto, más asombrado todavía, quien, para colmo, se encontraba prácticamente agazapado detrás de una de las mesas de trabajo. Como digo, el cuestión de segundos reaccioné e interpuse la mía (mi mano) como echando tierra sobre el fuego cuanto antes para que el asunto quedase en el olvido, pero ahí quedó la confusión: de alguna forma, el subconsciente del directivo dio por hecho que la persona alcohólica que le visitaba para hablar de su proyecto de difusión del libro debería ser quien aparentaba estar derrotado y sin dormir y no quien aparecía en primer plano y con saludable aspecto.

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