Paz contra el miedo

Miedo por definición es a lo desconocido, lo desconocido por excelencia es la muerte, ergo el miedo por excelencia es a la muerte, y esto lo digo para reforzar la idea de que lo que nos da miedo es lo desconocido, o sea el futuro, y por eso el arma que tenemos para eliminar las pre-ocupaciones (nada más inútil, por otro lado) son las ocupaciones. Estar ocupado, no sólo como pasatiempo, no sólo por el disfrute de ese tiempo, no sólo por producir (que es así como nos lo vende nuestra ‘cultura’ y por eso rechazamos una idea tan antipática), sino fundamentalmente por eliminar los miedos al futuro concentrándonos en el presente y estar así en ese camino llamado paz o viceversa. Vida: empiezo a vislumbrar el objetivo claro de eliminar de mi vida cualquier rastro de miedo, que por lo que voy viendo a estas alturas la única manera de hacerlo es teniendo claro que no se van a ir por sí solos, y entonces lo único es aprender a alejar, borrar, mandar a freír espárragos desde el primer amago cualquier asomo de mal rollo, malos pensamientos, preocupaciones inútiles por definición, malas conciencias..., todo ese humo y sólo humo, lo que en JMB él llama la bestia ésa, visualizarla como humo y en cuanto se va se fue y no pasa nada, para todo lo cual sólo existe el método de vivir el momento. Lo de siempre.

Pero a lo que iba es a lo claro que tengo el objetivo actual de mi vida en lo espiritual, la eliminación de los miedos según el método obvio de mandarlos a paseo, tan claro como en lo material tengo el de quitarme la hipoteca a base de ahorro. No está mal ni la comparación ni la meta. A Dios lo de Dios, al Cesar lo de éste.

Todo lo cual viene a cuento de la obligación que tenemos de ser felices, en contra de lo que nos han vendido y nos hemos creído a través de los siglos, de la basura que nos han metido en la cabeza y el corazón de que se trata de sufrir, en un cristianismo entendido al revés para perpetuar poderes y tener a la gente bien acojonada, bien adormecida con el opio de la religión mal entendida. La felicidad no es sólo posible en la vida eterna, para el que crea en ella, también lo es en esta si logramos hacer del camino la paz o viceversa.

Hace milenios ya se decía en el Eclesiastés, como de otra forma podemos encontrar en tantos otros antiguos textos de la literatura sapiencial : ‘Y, así, observo que el único bien del hombre es disfrutar de lo que hace’

La dificultad de vivir el presente está en que éste no existe de puro escapadizo, en que es un concepto, es decir la conciencia del paso de futuro a pasado. La pura conciencia de ello produce la inconsciencia y por eso se puede decir que la conciencia del paso del tiempo es el no tiempo. Por eso el tiempo no existe. Lo curioso del presente es que, aun sin existir, es mi refugio donde protegerme de los miedos a todo, un arma contra ellos al dejarme llevar por la conciencia de ello. Podría decirse, entonces, que es el propio tiempo el que me permite luchar contra el miedo. Saber administrar el tiempo, el presente, jugar con él como terapia.

Más que dejarme llevar, ir yo por mi pie merced a un impulso derivado de la energía desprendida de esa conciencia del presente, es decir del paso constante del futuro al pasado.

Entrevista Canal 2 Andalucía

Entrevista en el programa "El Público Lee", de Jesús Vigorra, en Canal 2 Andalucía, que por motivos legales tampoco puedo reproducir en este espacio.

Plano Personal

Si fuese un médico, yo estaría hablando con toda autoridad de generalidades aplicables a una mayoría, pero como soy un particular, sólo puedo hablar de mí mismo. Por lo tanto, aviso a navegantes a cerca de una circunstancia peligrosísima: el aburrimiento. Puedo decir sin apuro que me di a la bebida porque me dio la gana (aún no había hecho mía la frase de Bergamín: ‘el aburrimiento de la ostra produce perla’, una perla de frase ella misma). Tan fácil como eso, por raro que suene. Nunca he tenido un problema que se pudiera llamar problema, ni falta que me hacen, y, siendo mi problema el no haberlos tenido nunca, por eso me los creé yo solito, para saber qué era eso de lo que tanta gente hablaba que era el tener problemas.

Toda mi vida he sentido que tenía demasiadas ‘cosas’ a mi favor, que todo me era dado, que muchas de ellas me sobraban, demasiadas opciones, ‘perdido en las tinieblas de la abundancia’, desorientado de tantas posibilidades, de tanto proyecto de vida. Estaba claro que tenía que encontrar mi camino, tirando por la calle de en medio o la que fuese. Estaba claro que de alguna manera me tenía que ganar la vida. La vida con mayúsculas y entera. Estaba claro que algo me tenía que ganar yo solo. Estaba claro que, si bien no me tenía que ganar el pan, me tenía que ganar mi libertad y mi paz, porque esas no te las regala nadie.

Nunca olvidaré lo que dije en alto cuando puse un pie en la calle después de mi último internamiento, a la luz de la convicción, por fin, de que el alcohol no era mi droga, que no podía tomarlo porque me enganchaba, de forma probada después de semejante trayectoria y que no debía tomarlo de ninguna manera: ‘gracias, gracias quien seas, por fin hay algo que No puedo hacer en la vida’. Pocos días después escribía en un diario lo siguiente:

Al fin parece que empiezo a controlar una clave para la paz, que sería o es eliminar los sentimientos negativos. En mi caso concreto, se trata de no pensar en el futuro. Vivir al día, y de ese circunscribirse al tiempo deriva un circunscribirse a uno mismo, siendo más uno mismo. Me he pasado la vida convocando, reclamando, atrayendo, buscando el mal rollo (me acuerdo de esa manía persecutoria hasta dar con el problema fugazmente pre-sentido y naturalmente empezar o mejor dicho seguir sufriendo), y sencillamente ahora quiero experimentar el procedimiento contrario, sin duda el verdaderamente efectivo. Además, me gusta haber llegado a esta conclusión por mí mismo, para comprobar luego que coincide con los postulados de las más sabias y antiguas filosofías de vida. Eliminar de un plumazo los malos rollos, los sentimientos negativos, sean cuales fueren, nada más pre-sentirlos.

En conclusión, a la que he llegado a base de análisis al cabo de los años, mi problema era la falta de ser yo mismo, el no ser yo, el no ser libre en el sentido de Libertad con mayúscula, lo que, unido ello al factor de enganche sobre mí de la sustancia etanol, se convirtió en el problema muchísimo más grave de la adicción a esa sustancia.

Cuando me ha dado la gana de ponerme malo, me he puesto malo, pero el problema venía cuando me daba la gana de ponerme bueno, descubriendo que yo solo no podía. La decisión de beber terminaba siempre, al cabo de un tiempo indefinido, en un centro de recuperación de alcohólicos.

Una vez instalado en esa fase de renuncia a las cosas que se han hecho hasta la saciedad, decidí que a partir de entonces haría de mi vida lo que quisiera, y lo que quise fue dar cumplimiento al viejo anhelo de ser libre, la misma fuerza que siempre me llevó a liberarme hasta de ataduras afectivas. Unas ataduras que, aun adorando a la pareja digamos ‘de turno’, me la hacían insoportable por el hecho de ser pareja. Siempre he terminado por querer mucho más, mejor dicho por querer mucho mejor a quienes habían sido mis parejas, con las que mantengo inmejorables relaciones, porque pasaba a quererlas de verdad, sin reproches ni malos rollos ni dejaciones de principios personales, lo que entiendo como amor verdaderamente libre. Libre de mutuas dependencias, queriendo porque sí.

No fue otro motivo, que ese antiguo anhelo de ser libre, el que me hizo dejar el alcohol. Pues lo mismo quería para la vida entera, el mismo esquema, la misma liberación. Anhelaba estar libre de miedos, del ego, hasta del sexo a veces, de todo lo que me confunde. Liberarme de la ignorancia, descorrer el velo de la ignorancia para descubrir la verdad. Para estar libre de miedos, lo primero que debía hacer era librarme de la espantosa atadura del alcohol, que además los potencia de lo lindo.

Consumo igual a éxito

El panorama del alcoholismo, pavoroso si consideramos su alcance al sector de la juventud (botellones, etc), quedaría sociológicamente expresado con la fórmula de consumo = éxito, o viceversa, que es a su vez la fórmula de la sociedad de consumo en la que vivimos. De modo que si obtenemos el éxito consumiendo, el modo más expeditivo, rápido, barato en cierto modo, de obtener ese éxito a través de ese consumo sería a través del consumo de una sustancia por vía oral, y mucho más fácil nos lo ponen si encima es legal. Una especie de eucaristía del consumo, terminado por cumplirse la ley de que somos lo que consumimos, de que hacemos nuestro lo que nos metemos por la boca y a la vez nos convertimos en ello.

Concepto del alcoholismo como enfermedad

Enfermedad (enfermo: del latín in firmus: no firme, débil, etc) es, por obvia definición, el estado contrario a salud, siendo salud el estado de bienestar físico, psíquico y social. De modo que si hay algo que encaja de lleno en esta definición de falta de salud, alcanzando a esos tres niveles juntos, es el alcoholismo. Ahora bien, esto me parece válido única y exclusivamente para cuando se está ‘en activo’, que es como en la jerga de la especialidad que nos ocupa se llama a la situación de estar un alcohólico bebiendo. Digamos que cuando uno se halla dependiente del alcohol en sus fases más ‘dramáticas’ o agudas, se está enfermo, pero enfermo literalmente y a morir, y con unas manifestaciones que pueden hacer de esa enfermedad algo verdaderamente atroz). Pero no cuando no se halla dependiendo de ella. De ninguna forma puedo decir que un alcohólico es un enfermo durante toda su vida. Esto me parece un solemne disparate, pues, cuando uno se sacude esa dependencia y neutraliza también las consecuencias que ésta haya tenido sobre su vida, puede ser comparable, salvo casos extremos de discapacidad física o mental, a cuando se cura uno de un cáncer o una gripe, es decir que puede uno pasar a estar igual de preparado para la vida general que antes de haber pasado por esa experiencia o serie de experiencias o incluso que cualquier otra persona que no haya pasado por ella. A veces hasta mejorado. Suele tenerse la percepción de que la enfermedad del alcoholismo consiste en el hecho de no poder beber alcohol o de no tolerarlo por la razón que sea, lo cual es sencillamente un disparate. Sería una enfermedad terrible el no poder tolerar el agua o cualquier otra sustancia necesaria para el organismo. Pero... ¿no poder tolerar una droga? No poder tolerar una droga será una bendición, o así al menos lo vivo yo, porque repito que sigo hablado de mi propia experiencia. A nadie se le ocurre pensar que alguien es un enfermo por no poder fumar porque el tabaco le sienta como un tiro. Podrá pensarse que ese alguien se pone enfermo cuando fuma, pero habremos de convenir en que se pone bueno cuando se sacude el mono de la nicotina y deja de fumar.

Distinto es el caso de la tendencia a la adicción general, que decididamente tiene otro tratamiento. Quiero dejar claro tantas veces como haga falta que sólo me estoy refiriendo al alcoholismo.

De modo que fuera complejos, sólo existentes en base a que estamos hablando de una sustancia sacralizada de antiguo en muchas culturas y sociedades por razones que tendrían que ver con lo económico y hasta con lo puramente antropológico. Como digo, nos han ‘vendido’ el alcohol como si nada por el simple hecho de haber estado ahí siempre, desde Noé, en nuestra cultura, que se sepa.

Tan incrustado está, que valga como ejemplo la anécdota acerca de lo que me ocurrió recientemente en cierta institución ‘del ramo’ (de la droga), de las muchas que he visitado, en una gran ciudad española mientras esperaba que me recibiese su director, a quien yo sólo conocía de conversaciones telefónicas acerca de mi libro Vino Torcido. Serían las doce de la mañana, me encontraba de pie en el recibidor de dicha oficina, habiendo a mi alrededor dos secretarias en sus correspondientes mesas y un chico de compañía de reparto (a la espera de que le firmasen un papel para marcharse), vestido ‘de paisano’, sin afeitar, y con aspecto de estar hecho polvo desde que a las siete de la mañana empezara su trabajo. Se abre una puerta al fondo de un pasillo y sale el director, con la mano extendida al frente para chocarla en posición de saludo, y ante mi asombro (que de inmediato torné en comprensión, pues de inmediato me hice cargo de la tesitura), pasó a mi lado sin mirarme después de haberme visto en pie durante largos segundos, pasó de largo, y, a la voz de ‘perdona, Joaquín, que te haya hecho esperar’, fue derecho a saludar al chico del reparto, más asombrado todavía, quien, para colmo, se encontraba prácticamente agazapado detrás de una de las mesas de trabajo. Como digo, el cuestión de segundos reaccioné e interpuse la mía (mi mano) como echando tierra sobre el fuego cuanto antes para que el asunto quedase en el olvido, pero ahí quedó la confusión: de alguna forma, el subconsciente del directivo dio por hecho que la persona alcohólica que le visitaba para hablar de su proyecto de difusión del libro debería ser quien aparentaba estar derrotado y sin dormir y no quien aparecía en primer plano y con saludable aspecto.

Entrevista en Radio Nacional de España

Por motivos legales no puedo reproducir la entrevista con Toni Garrido en RNE.

Superación

Comprenderéis que en este escenario de auténtica superación (superar, del latín super, o sea sobre, es decir ponerse por encima) y de erradicación mental de algo (de extirparla de raíz), en este escenario poco pinta esa señora llamada Fuerza de Voluntad, la pobre, toda la vida yendo a contracorriente de algo, toda la vida luchando contra el deseo. Qué horror. Cómo se puede vivir así desde que te levantas, a trancas y barrancas luchando contra una fuerza supuestamente irresistible. Comprendo que tiene su papel de ayuda, importante al principio de determinados procesos, pero completamente secundario a partir de haber visto algo de luz. Esto me parece que hay que tenerlo claro.

Los budistas lo tuvieron clarísimo ya hace 2500 años. Es una evidencia filosófica de primera que la felicidad o el bienestar o como queramos llamarlo puede estar en la eliminación del deseo, lo que a su vez nos lleva a otras tantas evidencias, plasmadas en reflexiones como la frase de Tolstoi: ‘lo importante no es hacer lo que se quiere sino querer lo que se hace’. Asumir. Aceptar. No oponerse. Dejarse llevar por las circunstancias adversas como se deja llevar un karateka por una llave que le hace el contrincante. Evitar todo aquello que produzca dolor, pues el dolor no es más que un síntoma enormemente delator de que algo, lo que sea, se está haciendo mal. Pero analizando siempre, es decir poniendo el pensamiento a nuestro servicio, como instrumento que es, y no al contrario, para esquivar esa fuerza de la adicción y llegar a la conclusión de que esa fuerza en realidad no existe; no es nada; es como humo; algo que la sociedad nos ha metido por los ojos a través de potentísimos instrumentos como la publicidad o la noción de ‘normalidad’, o sea con el hecho de que como supuestamente a todo el mundo le sienta bien, el que no quepa en ese esquema es un bicho raro. Es decir, una fuerza, la de la adicción, que es todo lo contrario a algo que forme parte de la naturaleza de uno, que esté en nosotros, que nos pertenezca. Esquivemos esa fuerza por debajo, tomándola como se toma una ola del mar, o démosle de lado como un torero con un pase de chicuelina, o demos un salto que nos permita ponernos por encima, es decir sobre ella, o sea ‘super’, o sea mandémosla a paseo por superación. Entonces, toda esa fuerza que antes nos venía de frente, produciéndonos ese deseo de beber llamado dipsomanía, a partir de esa superación nos pasará directamente por el Arco del Trinunfo. Todo menos pasarnos la vida luchando desde por la mañana contra algo que supuestamente llevamos dentro, qué horror, cómo se puede vivir así desde que te levantas, a ver si llegamos a la noche sin haber ‘pecado’. Fuera. Se me dirá que cómo se logra eso, y sólo se me ocurre contestar que donde se cuece todo, es decir en nuestra cocina vital, es decir en o con la mente. Ahí se ve el verdadero valor de la mente. La mente es un instrumento que, como tal, debemos de tenerlo a nuestro servicio y no al revés, pues como autónoma que es, tiende a tirar al monte como una cabra loca (santa Teresa la llamaba ‘la loca de la casa’), convirtiéndonos en sus esclavos. De ahí que la meditación como ejercicio de vida empiece por poner, nada más y nada menos, la mente en blanco.

Web "La opinión de Zamora"


Más Mensajes

Sin embargo, hasta llegar a tomar conciencia de esta conclusión tan redonda, el camino no es otra cosa que una senda de destrucción. Se pierde todo. Se ha dicho hasta la saciedad, pero he llegado a la convicción de que nunca sobra repetirlo. Se pierde todo porque no hay quien aguante un cambio tan brusco de carácter, con el agravante de que, estando en cierto modo en nuestras manos el remediarlo, no nos da la gana de ponerle remedio. Se pierde todo porque no hay quien aguante ese cambio de carácter, que en el mejor de los casos se queda sólo en una persona extraña y en el peor ya se sabe.

Lo que ocurre es que, si Dios o la naturaleza, que es un poco lo mismo, le da a uno salud, y apoyos de afecto, y de tal modo aguanta ese tirón infernal, entonces sólo queda una cosa. O te estrellas contra el fondo del estanque en esa carrera loca, o ves la luz. Y en ese punto ya se puede decir que la responsabilidad de seguir viendo la luz es sólo tuya y nada más que tuya. Podrás o querrás encenderla o apagarla, pero desde luego sabes perfectamente dónde está el interruptor. Entonces eres libre porque se te caen los miedos, y un hombre sin miedos puede con lo que le echen.

Sé que mucha gente no tiene problema con el consumo del alcohol y que jamás lo tendrá, como mucha otra tampoco los tiene con el consumo del cannabis o el de barbitúricos. No va a ellos destinado ninguno de estos mensajes, salvo, quizás, el de la precaución.

En la Casa de la Radio

Entrevista el 27 de abril de 2009 en Radio Nacional de España, para el programa "con otros acentos".
Foto: Ana Gurruchaga

Paraísos

Esa situación, que siempre ha estado ahí, seguirá estándolo mientras la sociedad siga requiriendo sustancias que le proporcionen paraísos artificiales, como de hecho se define el estado que puede producir la droga, es decir mientras las sociedades de todas las culturas (en todas hay drogas) no terminen de descubrir los paraísos digamos naturales que derivan de la paz, es decir mientras la humanidad no abandone la tendencia al riesgo y la autodestrucción; mientras siga sin encontrarse a sí misma, es decir sin encontrar el verdadero sentido de la vida, divinamente resumido en la famosa sentencia de Gandhi: ‘no hay camino para la paz, la paz es el camino’.

Raíces económicas

En el fondo, claro, el dinero. Rentable igual a legal igual a sagrado. El Gobierno lo tuvo clarísimo para una Ley antitabaco que, según las estadísticas, está dando verdaderos frutos. Detrás de ello no había romanticismo ni altruismo ni nada de eso que los políticos, como gestores que son, no tienen por qué tener. Detrás de ello había una cuestión puramente contable: cuando el Gobierno empezó a ver que las cuentas no le salían, porque los gastos por consumo de tabaco empezaban a igualar a los ingresos por lo mismo, dijo ‘hasta aquí hemos llegao’. Claro, aquello prosperó porque la incidencia del tabaco en la economía española es prácticamente nula. Pero, amigo; cuando intentó hacer lo propio, con el alcohol... Fue como de tebeo. En cuestión de meses hubo de retirar la popularmente conocida como Ley del Vino y meterla en un cajón hasta no se sabe cuándo.

Pues es sencillamente inconcebible la economía española (como la de muchísimos otros países productores) sin el Producto Interno Bruto (PIB) procedente de la producción de éstos (pensemos en la cantidad de regiones vinateras del mundo). Con un leve traslado de ideas, tratemos de imaginar lo fácil que resultaría rociar de queroseno la región boliviana de santa Cruz de la Sierra, de donde sale la mayor producción de coca del mundo, para acabar definitivamente con su cultivo, si de verdad, o sea de corazón, los gobiernos bolivianos estuvieran por la labor del encomiable (sin coña) fin del consumo de cocaína en el mundo. Pero a ver dónde está el guapo presidente que se decide a mandar al paro (de seguramente exigua cobertura) a ese amplísimo sector de bolivianos que, en muchísimos casos, siguiendo una tradición familiar de siglos, literalmente viven del cultivo de la planta de donde se saca la droga.

Al final, deberé de corregir lo que dije al principio del presente artículo: habrá que conceder al Gobierno su dosis de altruismo por caer también en la cuenta de que, en el balance de gastos e ingresos con respeto al consumo de alcohol, demasiados contribuyentes estaban pagando para que se enriquecieran muchos menos productores.

Libertad e información

Dicho de otra forma: si, cuando empecé a fumar con catorce o quince años, hubiese tenido la información sobre el tabaco que tengo hoy, hoy no estaría fumando. Seguramente en base a unas indudables propiedades que son beneficiosas para la salud, a lo largo de los siglos se nos ha ‘vendido’ la idea del alcohol como si no pasara nada con su consumo, poco más o menos como si se tratase de un inofensivo refresco, incluso para niños. Recuerdo que en mi lejana niñez se nos daba como aperitivo Quina San Clemente, como recuerdo el chiste, de pésimo gusto, por otro lado, y basado en el eslogan de un famoso anuncio de televisión que por aquel entonces circulaba: ‘¿Sabes cuál es el colmo de la mala leche? Pues mandar cien camiones de Quina San Clemente a la India, que da unas ganas de comer...’ No se era lo bastante hombre si no se bebía (‘Soberano, es cosa de hombres’, decía otro anuncio del famoso brandy), como tampoco parecía uno ser lo bastante hombre si no fumaba.

Más mensajes

Por tanto, si estamos hablando de droga (y este es probablemente uno de los mensajes más importantes para una recuperación que incluya la ‘rehabilitación social’, para el que la quiera, claro), empecemos por eliminar el complejo de drogota. Fuera complejos de ninguna clase. Si juegas con droga lo menos que puede pasar es que te dé problemas, (cada cual con su grado), y entonces mirémoslo así: lejos de ser una rémora el no poder beber aquello que, no sólo no necesita el cuerpo, sino que es puro veneno para uno; lejos de ser una rémora, lo que será es una bendición. He conocido a muchísimos alcohólicos que, encima del infierno de su adicción y de las consecuencias de ésta (personales, familiares, laborales...), arrastran toda su vida un complejo de bicho raro que no pueden con él por el hecho de haber sido atrapados por el alcohol.

De modo que, como digo, nada de fundamentalismos ni complejos. Tampoco debo tomar heroína y no pasa nada.

Radio Aragón: Entrevista

Entrevista el 10 de junio de 2009.

Por motivos legales no se puede reproducir en este espacio.

Web de Radio Aragón


Droga dura

De modo que ni quiero ni puedo estar en contra de producción, venta o consumo del alcohol, puesto que antes de todo está el principio de la libertad individual (en este caso debo admitir que de alguna forma hay que introducir el concepto de lo legal, para preservar a determinados sectores de la población, como los menores, y es aquí donde se ve con claridad que hablamos de una droga). Por lo tanto, libertad, e información, las dos únicas armas que nos quedan. Dicho de otro modo, este mensaje podría resumirse en: haga usted lo que quiera, pero al menos sepa lo que está haciendo, o sea, consumiendo una droga como ‘la copa’ de un pino, y aténgase a las consecuencias.

Y, hablando de droga, vamos a dejarnos de una vez por todas de esa referencia a las sustancias como ‘las drogas y el alcohol’. Entonces, ¿qué es el vino? ¿Un inofensivo zumo de frutas? ¿A que a nadie se le ocurre decir las drogas y la cocaína, como si ésta no lo fuese? ¿A que a nadie se le ocurre decir: ‘jo, qué putada, Fulanito, que cuando se da un chute de caballo, resulta que es que no puede con él porque en seguida se engancha’?

Se me dirá que, bueno, lo importante es la moderación, a lo que, estando naturalmente de acuerdo en ello y por seguir un poco el juego, aduciré que eso es aplicable a toda droga, muchas de las cuales se venden, por sus beneficios sobre el organismo, en esas droguerías llamadas farmacias; dicho lo cual abandono ese debate por no querer entrar en un campo donde entra en juego la complejidad física, psíquica, espiritual y social de cada organismo, es decir de cada individuo. Puedo decir sin vergüenza alguna que he tomado diversos tipos de drogas a lo largo de mi vida, mezcladas y por separado, y no algunas veces sueltas sino de forma continuada, y la única que me ha dado verdaderos problemas de adicción ha sido el alcohol.

Aún menos debate establezco si alguien pone en duda que el alcohol es una droga, lo que desgraciadamente no ocurriría por primera vez, limitándome a recordarle que eso no lo digo yo sino que en ello soy un mero papagayo de la Organización Mundial de la Salud, una institución nada sospechosa de alternativa ni de marginal, pues está integrada por las administraciones de los países del mundo.

Si, además, muchos la tenemos por droga dura, no es sólo por la vía subjetiva de haber vivido la dureza del infierno al que te puede conducir, sino por la muy objetiva de las cifras de muertes directas (cirrosis, infartos...) e indirectas (accidentes laborales y de tráfico...).

Entrevista en Telediario TVE 1

Entrevista de dos minutos en el telediario de la 1 a las tres de la tarde el día 17 de junio de 2009, hecha por Leonor García Álvarez, y pasada justo antes de la información deportiva.

La misma entrevista, pero en su versión completa, se estuvo pasando durante semanas en el canal 24 horas de TVE.

Por motivos de la Ley de Propiedad Intelectual, no se puede reproducir en este espacio.

Nada de Fundamentalismo

Lo primero es decir que no tengo nada de fundamentalista. Salgo así al paso de quienes recientemente se han referido en prensa y radio a mi ‘lucha contra el alcohol’. Nada más lejos: no tengo el menor problema con el asunto del alcohol para los demás, incluso me encanta servir copitas. Lo único es que cuando la gente ya ha entrado en otra onda y se lo está pasando pipa, ahí estoy sobrando y prefiero dejarles a su bola en esa situación en la que tantas veces he estado, y no es que me retire por estar echando de menos algo. No. Recuerdo ferias de Sevilla con Fanta hasta las seis de la mañana.

No estoy, pues, en contra de la producción ni estoy en contra del consumo del alcohol ni de ninguna otra sustancia, legal o ilegal (que ese es otro debate en el que aquí no pienso entrar por razones obvias de obviedad: de ninguna manera admito la ecuación de legal siempre igual a bueno: la pena de muerte es legal en muchos lugares, y no precisamente en los más ‘atrasados’ del planeta sino en los ‘avanzadísimos’ Estados Unidos; Hitler era legalísimo..., y así un largo etcétera como se suele decir), ni de ninguna otra sustancia de las que abundan en el mercado, sea negro o blanco. Ni aunque tuviese yo el poder omnímodo de un dictador, incurriría en la torpeza de prohibir lo que es improhibible casi por naturaleza, es decir aquello que de cualquier forma, en cualquier lugar, bajo cualquier circunstancia, va a seguir siendo requerido por la sociedad como lo ha sido desde tiempo inmemorial. Porque inmediatamente ese servicio va a ser asumido por las mafias del mercado negro, es decir lo que se dice a tiros, y entonces sí que estamos arreglados. No hay otra forma de controlar ese negocio que tenerlo controlado, es decir regulado, es decir. Basten dos ejemplos para ilustrar esto: recordemos la que se formó con la famosa Ley Seca de mediados de siglo XX en los Estados Unidos

Otros casos podrían citarse como ejemplos de actividades desgraciadamente, o no, requeridas por la especie humana: el juego sería uno de ellos, y, cómo no, el antiquísimo oficio de la prostitución. Por más vueltas que le demos a este asunto, si queremos de una vez por todas acabar con la explotación que supone (y me estoy refiriendo a la prostitución ‘por cuenta ajena’, no a la prostituta digamos autónoma que ejerce por libre, que esa sabrá muy bien lo que hace con su cuerpo), la única manera es tener controlado por el Estado ese negocio que de todos modos va a existir.

Otro caso que ilustra de forma casi chistosa (si no ocultara el drama que oculta), de puro absurda, es el negocio de la heroína en países como Afganistán. Se sabe que la amapola adormidera tiene dos cosechas, por lo que durante los largos años de la última guerra, había treguas, dos veces al año se hacía alto el fuego a fin de poder recolectar la planta y satisfacer así la ingente demanda mundial de opio y derivados, como morfina, heroína...

La explicación es bien sencilla. Y es que, al estilo de las sociedades puritanas propias del capitalismo feroz que rige el mundo cada día con más fuerza, resulta más cómodo, más hasta democrático, más presentable y más políticamente correcto, el ocultar hipócritamente esas basuras como si no existieran, antes que ocuparse de la cultura que viniese a sustituir por otras esa necesidad de evasión fácil, superficial y pésimamente entendida.

Continuará.

El escritor en invierno


Mensajes

Frente a lo anecdótico de todo lo anterior, podríamos decir que en el siguiente capítulo de mensajes halla asiento la categoría de este blog. Los hay de carácter personal, social y literario. Pero, si el cristianismo entero me perdona la atrevida o pretenciosa paráfrasis, puedo decir que el mensaje soy yo por la sencilla razón de que en mí se han hecho carne todos y cada uno de ellos.

No esperen encontrar puntos de vista técnicos, es decir médicos o terapéuticos, no esperen leer otra cosa que la derivada de largas experiencias personales, vividas tanto por mí en mí como por mí a través de los demás. Tampoco esperéis un pulimento literario, puesto que estas líneas fueron escritas a vuelapluma a medida que me venían las ideas, de acuerdo con la idea de diario que en sí mismo es un blog, y sobre todo para que me sirvieran de guía a fin de tenerlas claras con objeto de exponerlas en las charlas que me piden. Son, pues, líneas para ser habladas.

Se trataba de poner aquí por escrito las reflexiones que dichas experiencias me han suscitado con el tiempo, y que, creyendo de lo más mezquino el guardármelas yo solito sin compartir ni una de ellas, entiendo pueden iluminar a los demás en la misma medida en que a mí me iluminaron las circunstancias que a ellas me condujeron.

Agradecimientos

Son tantos los agradecimientos que debería de hacer aquí, que, ante el horror de dejarme alguno en el tintero, sencillamente opto por limitarme, como bien nacido y algo más, a la mención de mis padres. No sólo han estado presentes hasta ahora en todos los actos referidos como si se tratara de los de la Pantoja. No sólo han intentado comprender siempre las circunstancias de mi persona. No sólo mil cosas más en cuestión de generalidades. Sino que ya va siendo hora de decir que, para el caso concreto que en este blog se relata, el ojo literario de mi madre ha sido constante y capital durante las sucesivas versiones del libro en sus fases preliminares de ordenador.

Aun así, no quiero seguir adelante sin destacar el papel desempeñado por la cantidad de amigos que, a modo de claque y micrófono inalámbrico en mano, se ofrecieron en cada presentación para animarme el cotarro y romper el natural hielo del pudor a la hora de hacer preguntas en los coloquios siguientes a las intervenciones. Siempre quise hacer de tales actos algo vivo, y por ello adjudiqué a los más cercanos una serie de preguntas de mi preferencia: si me costó mucho dejar de beber, el papel de la fuerza de voluntad, si me gusta escribir, el concepto de enfermedad del alcoholismo, si prohibiría el alcohol, si me arrepiento de algo en la vida... Y, sobre todo, la gran pregunta que me permita explayarme sobre el aspecto digamos funcional del libro: si se trata, o no, de un libro de autoyuda.

Esto me sugiere algo: me encantaría poder dar aquí los nombres, harto conocidos en la literatura y el periodismo españoles, de las siete personas que hasta última hora han estado manifestando su convicción de que mi internamiento en centros de rehabilitación de alcohólicos no se debía a reales causas de enfermedad, sino que se había tratado de un espionaje de infiltrado para escribir el libro.